Martha Argerich es, sin duda, una de las personalidades más relevantes del piano mundial después de la posguerra. Brillante, osada, virtuosa, genial, nos faltan siempre adjetivos para calificar su arte.
Nació en Buenos Aires en 1941 y dio su primer recital a los cuatro años. Entre las anécdotas que Argerich refiere en diversas entrevistas, comenta que un compañero de guardería que le caía bastante mal empezó a decirle: “No sabes hacer esto, no sabes hacer lo otro”, hasta que un día le replicó: “No sabes tocar el piano”. Este comentario provocó las primeras (y rabiosas) notas de Martha en un teclado.
Vincenzo Scaramuzza, maestro, entre otros, de Bruno Gelber, fue quien la preparó en Argentina antes de estudiar en Europa. Era un profesor terriblemente exigente y Martha cuenta que muchas veces ponía papel de periódico mojado dentro de sus zapatos para así ponerse enferma y no tener que ir a clase y estudiar.
El presidente argentino Perón le concede una beca para estudiar en Austria con Friedrich Gulda, su mayor influencia musical. Tras pasar un par de meses estudiando una sonata de Schubert que no le acababa de salir bien, Gulda le dijo: “Ya está bien, para la próxima clase me vas a traer esta partitura leída y estudiada”. Era “Gaspard de la Nuit” de Ravel (considerada una de las composiciones más difíciles escritas para piano, junto al Islamey de Balakirev o los 3 movimientos de Petrushka de Stravinsky). Martha se llevó la partitura a casa, se la estudió y la tocó perfectamente en la siguiente clase. “No era consciente de que era una pieza tan difícil”, manifestó después.
El triunfo en tres concursos internacionales de piano, los de Bolzano, Ginebra y finalmente el Chopin de Varsovia en 1965, la lanzan al firmamento de las grandes estrellas del piano. Es sabido y reconocido por ella misma que el concurso de Ginebra se lo fue preparando según pasaban las etapas, dado que era muy supersticiosa y no le gustaba tocar lo mismo demasiadas veces por temor a equivocarse. También se dice, aunque nunca se ha podido demostrar la evidencia, que para la final del concurso Chopin ella llevaba preparado el concierto para piano y orquesta número dos. Cuando le dijeron que en la historia de este concurso no había jamás ganado un concursante que tocara otro concierto que el número uno, se lo aprendió durante esa semana y ¡tocó para ganar!
Dos características técnicas de Martha Argerich la han hecho muy famosa y han generado polémica sobre su interpretación son: la increíble velocidad a la que tocaba muchas de las obras, sobre todo de joven, hasta el punto que Claudio Arrau, al encontrarse con ella por primera vez, le dijo: “Jovencita: usted es una de las más grandes promesas del piano, pero ¿Puede decirme por qué toca tan deprisa?". La respuesta de Argerich no se hizo esperar: “Porque me da la gana”. La otra característica es el virtuosismo de sus trinos, que se han llamado “electrizantes” por su extrema rapidez y energía. Pues bien, Martha siempre ha considerado que los trinos son lo que peor se le da de la técnica pianística. (¡???) .
También es sabida su antipatía por el estudio. Aborrece la idea de practicar y lo hace porque no tiene más remedio, pero dice que una vez se pone al piano ya no hay tanto problema.
Martha Argerich siempre ha sido muy insegura acerca de sus capacidades y nunca le ha gustado tocar sola en directo. Por eso, sus apariciones como solista han ido espaciándose, aunque ha seguido tocando mucho a cuatro manos con Nelson Freire, uno de sus mejores amigos, como pianista de cámara y también con orquesta. Son memorables sus interpretaciones del concierto en Sol de Ravel, del primero de Tchaikovsky, el tercero de Prokofiev, los dos de Chopin o el tercero de Rachmaninov.
Como solista es una acreditada intérprete romántica, especialmente de Schumann y Chopin, así como de los compositores impresionistas.
Concierto de Schumann, con diez años
Rapsodia húngara número 6 de Liszt, en los comienzos de su carrera.
Una propina de Scarlatti en 2008, todavía en plena forma.
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